DE LA AMISTAD, EL FUEGO Y LA MÚSICA

CARLES BENAVENT  UN, DOS, TRES... 

 

Hay en UN, DOS, TRES... esa sencillez extrema, extremadamente engañosa, de los artistas verdaderos. La aparente facilidad y la frescura en la superficie no suele sugerir - al inexperto - el arduo trabajo de depuración y refinamiento de fondo que sólo el talento y  la pasión por el propio arte pueden engendrar. Esa sencillez engañosa es cifra de un interés por la pureza del sonido que traduce siempre un sentido de lo esencial. 

Una maestría que se impone por sí misma. Maestría trabajada día a día, incansablemente, en lo oscuro del estudio, con la curiosidad del buceador de paisajes sonoros profundos, que escarba y saca a la luz las piedras preciosas que pulen el oído; con la fiebre del deletreador de ritmos secretos y precisas conexiones, que se atreve a perderse por planetas remotos.  

Hay en esta música algo de subterránea corriente y algo del orden del acontecimiento, es decir, de lo que ciegamente se espera sin saber exactamente de qué se trata. Porque la musa es una larga paciencia y un resplandor.

Nadie aquí sabe de fronteras. Donde la música, es decir, la poesía, las fronteras se disuelven. 

Hay que escuchar cómo Carles Benavent pulsa ese elegante bajo modernista, que se oye, se mira y se huele, extensión del cuerpo del artista, diseñado expresamente para él, y de nombre Barcelona. Otra de esas piezas de orfebrería del polaco Jerzy Drozd, nombre sinónimo de claridad, fuerza, precisión y libertad del sonido, pero también, y fundamentalmente, de absoluto control en el diseño, notorio en relación con ese maravilloso puente, sus singulares pastillas y la construcción hueca del bajo. Un bajo - también él - punto de cruce: entre lo eléctrico, pues, y lo acústico; la guitarra española, el Gibson de los 50, el cedro español y el sólido abeto sitka. Y no olvidemos sus motivos ornamentales, que recuerdan, quizás, las caprichosas líneas dalinianas, esas sinuosidades estilizadas como espíritus, como ondas sonoras que quisieran escapar a sus límites, y cuya grácil belleza seduce la voracidad visual de quien las mira. Porque este bajo, hecho para el sonido, también se toca y casi se come, con la mirada. 

Conjunción de diferencias, donde cada elemento, técnico o humano, no pierde su identidad sino que la realza en la sabia armonía con lo otro. De lo que se desprende una lección estética pero también ética.

Escuchar cómo, a la búsqueda de ese engarce en hierro y seda de todas las músicas, el férico y carnal flamenco se abraza al jazz más inspirado; el bajo dialoga con el piano acústico y eléctrico de Roger Mas y ambos se abren a la sonoridad intensa de la versátil batería de Roger Blavia, que añade al trío sus sabores latinos, africanos, orientales; escuchar cómo los tres abren espacio a las étnicas tablas índias del percusionista franco-asturiano Tino Di Geraldo, la flauta del madrileño Jorge Pardo, la trompeta de Raynald Colom, el suave y acerado hang del carismático israelí Ravid Goldschmidt, los unísonos con el bajo de la tuba de Sergi Vergés y el bloque de metal de la trompeta de Mathew Simon y el saxo de Xavier Figuerola.  

Mestiza hermandad de ninguna otra patria que la buena música;  fraternidad de vivos y muertos, en virtud de la cual Mario Pacheco, músico y fotógrafo, tristemente desaparecido en noviembre de 2010, se pone a la escucha de ese vibrante y melancólico “Mario”; fraternidad en cuyo nombre Don Alias, gran maestro de la conga, tristemente desaparecido en marzo del 2006, se pasea otra vez entre las notas de ese ya inolvidable “Don”. 

Vivos, muertos, vanguardia, ancestros, tradición popular, en luminoso juego de formas que no se dejan encadenar por centro tonal o foco armónico alguno, pues sólo la libertad de inspiración y la amistad gobiernan. 

Para no dormirse entre las telarañas de lo mil veces escuchado, de lo desgastado de puro oído, de lo consabido que halaga a un público fácil, esta banda escapa a toda academia y deja sólo subsistir el impulso del vientre o el corazón que riega y electriza el pensamiento, tejiendo con sonidos un refugio a los sin voz - negros, gitanos, payos - de todas las regiones; porque este arte son  vibraciones de emoción pura y alegría, gestos y silencio, y ecos de dolor antiguo, semienterrado, siempre en espera de que un sonido y luego otro se alcen en son de música, en el nombre de todos los destierros.

Asombroso dominio del duende, que nos obliga a preguntarnos, por ejemplo: ¿se puede  extraer más poesía de esa maravilla que es el bajo Barcelona? ¿Del generoso impulso que de un grupo tan personal hace uno? Con toda seguridad, se puede; por eso, tras paladear este disco como un vino único, ya esperamos el siguiente reto. Hacia dónde no sabemos, pero si desde dónde: desde el abismal fondo arcaico, rítmico y sonoro, de los primeros afectos antes del mundo, donde el oído del sueño se hace viento o cuerda y fluye hacia los otros como una marea del sentimiento. 

Y si el mundo parece caer en el polvo de la locura, de la política bandida y la crueldad que deshumaniza al débil, ¿no nos queda siempre la música que aúna y fragua, como una amante más allá de todos los dolores? Para disfrutar y seguir pensando y no perder la luz de ese rincón donde, de niños, nuestra escucha era una con el ojo y la sangre.

 

Lorenna Del Mar 

DEL MAR ARTISTS

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               

Hay en “Un, dos, tres...” esa sencillez extrema, extremadamente engañosa, de los artistas verdaderos. La aparente “facilidad” y la frescura en la superficie no suele sugerir - al inexperto - el arduo trabajo de depuración y refinamiento de fondo que sólo el talento y  la pasión por el propio arte pueden engendrar. Esa sencillez engañosa es cifra de un interés por la pureza del sonido que traduce siempre un sentido de lo esencial.

 

Una maestría que se impone por sí misma. Maestría trabajada día a día, incansablemente, en lo oscuro del estudio, con la curiosidad del buceador de paisajes sonoros profundos, que escarba y saca a la luz las piedras preciosas que pulen el oído; con la fiebre del deletreador de ritmos secretos y precisas conexiones, que se atreve a perderse por planetas remotos.

 

Hay en esta música algo de subterránea corriente y algo del orden del acontecimiento, es decir, de lo que ciegamente se espera sin saber exactamente de qué se trata. Porque la musa es una larga paciencia y un resplandor.

Nadie aquí sabe de fronteras. Donde la música, es decir, la poesía, las fronteras se disuelven.

 

Hay que escuchar cómo Carles Benavent pulsa ese elegante bajo modernista, que se oye, se mira y se huele, extensión del cuerpo del artista, diseñado expresamente para él, y de nombre Barcelona. Otra de esas piezas de orfebrería del polaco Jerzy Drozd, nombre sinónimo de claridad, fuerza, precisión y libertad del sonido, pero también, y fundamentalmente, de absoluto control en el diseño, notorio en relación con ese maravilloso puente, sus singulares pastillas y la construcción hueca del bajo. Un bajo - también él - punto de cruce: entre lo eléctrico, pues, y lo acústico; la guitarra española, el Gibson de los 50, el cedro español y el sólido abeto sitka. Y no olvidemos sus motivos ornamentales, que recuerdan, quizás, las caprichosas líneas dalinianas, esas sinuosidades estilizadas como espíritus, como ondas sonoras que quisieran escapar a sus límites, y cuya grácil belleza seduce la voracidad visual de quien las mira. Porque este bajo, hecho para el sonido, también se toca y casi se come, con la mirada.

Conjunción de diferencias, donde cada elemento, técnico o humano, no pierde su identidad sino que la realza en la sabia armonía con lo otro. De lo que se desprende una lección estética pero también ética.

Escuchar cómo, a la búsqueda de ese engarce en hierro y seda de todas las músicas, el férico y carnal flamenco se abraza al jazz más inspirado; el bajo dialoga con el piano acústico y eléctrico de Roger Mas y ambos se abren a la sonoridad intensa de la versátil batería de Roger Blavia, que añade al trío sus sabores latinos, africanos, orientales; escuchar cómo los tres abren espacio a las étnicas tablas índias del percusionista franco-asturiano Tino Di Geraldo, la flauta del madrileño Jorge Pardo, la trompeta de Raynald Colom, el suave y acerado hang del carismático israelí Ravid Goldschmidt, los unísonos con el bajo de la tuba de Sergi Vergés y el bloque de metal de la trompeta de Mathew Simon y el saxo de Xavier Figuerola.
 

Mestiza hermandad de ninguna otra patria que la buena música;  fraternidad de vivos y muertos, en virtud de la cual Mario Pacheco, músico y fotógrafo, tristemente desaparecido en noviembre de 2010, se pone a la escucha de ese vibrante y melancólico “Mario”; fraternidad en cuyo nombre Don Alias, gran maestro de la conga, tristemente desaparecido en marzo del 2006, se pasea otra vez entre las notas de ese ya inolvidable “Don”.
 

Vivos, muertos, vanguardia, ancestros, tradición popular, en luminoso juego de formas que no se dejan encadenar por centro tonal o foco armónico alguno, pues sólo la libertad de inspiración y la amistad gobiernan.

Para no dormirse entre las telarañas de lo mil veces escuchado, de lo desgastado de puro oído, de lo consabido que halaga a un público fácil, esta banda escapa a toda academia y deja sólo subsistir el impulso del vientre o el corazón que riega y electriza el pensamiento, tejiendo con sonidos un refugio a los sin voz - negros, gitanos, payos - de todas las regiones; porque este arte son  vibraciones de emoción pura y alegría, gestos y silencio, y ecos de dolor antiguo, semienterrado, siempre en espera de que un sonido y luego otro se alcen en son de música, en el nombre de todos los destierros.

Asombroso dominio del duende, que nos obliga a preguntarnos, por ejemplo: ¿se puede  extraer más poesía de esa maravilla que es el bajo Barcelona? ¿Del generoso impulso que de un grupo tan personal hace uno? Con toda seguridad, se puede; por eso, tras paladear este disco como un vino único, ya esperamos el siguiente reto. Hacia dónde no sabemos, pero si desde dónde: desde el abismal fondo arcaico, rítmico y sonoro, de los primeros afectos antes del mundo, donde el oído del sueño se hace viento o cuerda y fluye hacia los otros como una marea del sentimiento.

Y si el mundo parece caer en el polvo de la locura, de la política bandida y la crueldad que deshumaniza al débil, ¿no nos queda siempre la música que aúna y fragua, como una amante más allá de todos los dolores? Para disfrutar y seguir pensando y no perder la luz de ese rincón donde, de niños, nuestra escucha era una con el ojo y la sangre.

 

Lorenna Del Mar

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