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Hay un bien decir de la poesía, la literatura e incluso - aunque escaso - de la política. Y hay un bien sonar de la música que hacen los mejores músicos. Una música que escribe y pinta con signos invisibles aunque materiales, e inscribe en quienes escuchan un anhelo de transformación radical de la vida cotidiana. Anarquía fraterna que sólo al valor de la belleza obedece, en su sentido ético más profundo: lo que convulsiona toda falsedad, toda jerarquía y segregación. Una música que no se dirije a culturas, clases o lenguajes, que sabe que el pasado se construye desde el futuro, en un presente fluido que nunca descansa; que mañana gira alrededor de ayer, vivificando las aguas polvorientas de la tradición, iluminándolas, dándoles nueva vida, pero siempre desde los ecos lejanos de aquellos músicos que a su vez se dejaban arrastran por el futuro hacia el pasado, cuerpo a cuerpo con la música, tejiendo eternidad con sus ritmos y sus viejos aparatos. Pues la eternidad se hace, día tras día.
El piano armenio de Tigran Hamasyan, al contrario de su país natal, escapa al mar en ola de relámpagos, intuición y búsqueda incesante, animación metalizada y seda. Clásico, pasional, remolino intenso, se filtra por entre la percusión cargada de fina arena egipcia, dorada y ardiente, del turco entre mares Mısırlı Ahmet, que se mezcla con la flauta del mago Malik- colores y ritmos de Costa de Marfil, Paris, Bolivia, Africa…-, por entre callejuelas de sueño búlgaro, donde Petar Ralchev se convierte en un acordeón milenario y nuevo, a la lumbre antigua del bajo flamenco y negro de Carles Benavent.
Entrelazado absoluto el de esta música pintada, que se oye y se toca con los ojos y se ve con los oídos; sin forma fija, sin tiempo, sin fronteras. En llamas. Sin forma, salvo la que cada concierto adquiere, en su viveza, al particular sentir de cada uno; sin tiempo, salvo el que tejen los sonidos; sin fronteras, salvo para desvanecerse unas en otras, en el punto en que cada artista se abre, baila y piensa con los otros y con los otros borda lo que encuentra. Lección de un arte inexcusablemente político, es decir: en el nombre de la vida verdadera.
Lorenna Del Mar